Había una vez una encantadora dama llamada Paulina. Tenía una actitud vivaz que iluminaba su hogar, una casa llena de amor y calor. Parte de esa alegría y vitalidad se debía a un miembro muy especial de su familia: su perro, Jack. Pero Jack no era solo un perro normal, era inteligente y protector, su leal y constante compañero.
Todas las mañanas, Jack despertaba a Paulina con un suave lamido en la mano y un sonoro aullido de alegría. Enseguida, Paulina se levantaba dispuesta a enfrentar un nuevo día, siempre atenta a las juguetonas travesuras de Jack. Jack adoraba buscar la pelota roja de goma en el patio, esconderse en el altillo y correr de un lado a otro en la casa con gran entusiasmo.
Jack no solo era inteligente en sus juegos, también entendía los sentimientos de Paulina y siempre sabía cómo animarla. Cuando Paulina tenía un mal día, Jack la animaba lamiéndole el rostro o realizando algún truco divertido. Por otro lado, cuando estaba feliz, Jack se unía a su alegría, saltando y revoloteando por la casa con su cola moviéndose de un lado a otro a gran velocidad.
Para Jack, su tarea más importante era cuidar a Paulina. Él era su protector. Nunca dejaba que nadie sospechoso se acercara a la casa. Cuando vinieron a entregar un paquete una vez, Jack rápidamente se acercó al mensajero, olfateando y analizando a la persona. Solo hasta que Jack dio su aprobación con un amistoso movimiento de cola, Paulina recogió el paquete.
Y así, sus días estaban llenos de juegos alegres, leales acompañantes y caloroso afecto mutuo. Pero lo más hermoso de todo era que, sin importar cuán ocupada estuviera su vida, Paulina nunca olvidaba mostrar agradecimiento a Jack, abrazándolo y premiándolo con su galleta favorita.
Moraleja: No importa cuán ocupados estemos en la vida, siempre debemos recordar y apreciar a los que nos aman incondicionalmente. Así como Jack, que siempre estaba ahí para Paulina, debemos recordar estar para aquellos que nos importan, porque el amor, la ternura y el cuidado son lo que verdaderamente hacen un hogar.